martes, 10 de julio de 2018

LA BIBLIOTECARIA NINFÓMANA.


Capítulo 1
Entré a la Facultad de Economía a eso de las diez menos quince de la mañana. En medio del barullo de la gente me dirigí directo al elevador, pues, el aula donde asistía a clases estaba en el quinto piso, pero entonces, divisé a cinco amigos que alegremente conversaban en medio de aquel amplio corredor.
— Y qué más, qué hay de nuevo. — Les dije, como una forma de integrarme a la tertulia que venían desarrollando, mientras les extendía la mano a cada uno de ellos, para saludarlos.
—Nada, aquí nuestro amigo que nos estaba contando como se había ayuntado a su última conquista. —Me dijo Gabriel, un chico de unos dieciocho años que se caracterizaba por su buen sentido del humor, mientras hacía un gesto con su cabeza en dirección de Juan.
Miré a Juan, que hizo un gesto de suficiencia, como diciendo, “que le vamos a hacer así de bueno soy”,  y no pude evitar reírme. Juan era nuestro mentor, nuestro guía en materia de cómo enamorar a una mujer. Debía llevarnos cinco o seis años a todos quienes estábamos en esos momentos reunidos casi que en torno a él, la mayoría muchachos de entre dieciocho y diecinueve años; y es que cuando Juan nos relataba sus hazañas enamorando mujeres todos escuchábamos intentando aprender sus técnicas de  seducción.
— ¿Estuvo difícil la doma de la potranca, o más bien fácil? — Le pregunté con tono campechano.
— De la yegua, dirás, y no, no estuvo difícil, de hecho ha sido la hembra más fácil a la que he montado, eso sí, una de las más fogosas y rendidoras. —Me dijo con una soltura y complacencia que invitaban a la curiosidad. — Hasta uno de ustedes se la podría culear. — Dijo seguidamente, como burlándose de nosotros.
— A ver, a ver, explícame cómo es eso. —Intervino Gabriel, con actitud afectada mostrando mucho interés. —Algunos estamos muy necesitados, y no nos molestaría conocer a esa dama, de hecho lo ansiamos.
—Qué quieres que te diga, a la doña le gusta que la monten. Es así de simple. Solo tienes que calentarla un poco y abre las piernas al segundo. —Dijo Juan con tranquilidad.
— ¿Cuánto le pagaste?, porque le pagaste, ¿cierto? —Le dije con incredulidad.
Juan sonrió, y guardó silencio por unos segundos, mientras nosotros lo mirábamos con atención.
— Les voy a hacer un favor, aunque no se lo merecen, —nos dijo mientras nos miraba con aire de suficiencia —, ¿conocen la biblioteca que queda en el barrio de “La América”?
Todos nos miramos buscando un rostro que denote certidumbre, pero no, nadie conocía la mentada biblioteca.
—No saben nada ustedes, —nos dijo fingiendo seriedad—, llegan al redondel Indoamérica, cogen por la Avenida América, caminan — se quedó pensativo por un momento—, tres cuadras, sí tres cuadras y luego agarran por la esquina a la derecha, después dos cuadras, ahí se van a encontrar con una casa de tipo colonial, no se pueden perder hay un pequeño cartel que dice “biblioteca”, es ahí, pero no vayan a ir en la mañana, ella solo trabaja en las tardes.
Todos nos quedamos viéndolo con algo de desconfianza e incredulidad.
— ¿Y cuántas veces fuiste hasta que te aflojó las nalgas? — Le dije intrigado.
— Solo una vez, entré buscando una copiadora para sacar unas copias de mi cédula, vi que la hembra estaba buena, le dije algunas cosas y ahí mismo culeamos.
— ¡En la biblioteca! —Estalló Gabriel, mientras se carcajeaba.    
—Un poco difícil de creerte. —Le dije.
—Ah pero para qué les cuento, pérdida de tiempo, mejor vamos a clases que ya dieron las diez. —Nos dijo con gesto de fastidio y se encaminó a las escaleras. Nos reímos de su actitud y nos limitamos a seguir su ejemplo, pues la cola del elevador estaba larguísima.

Capítulo 2.
La tarde estaba calurosa, el sol golpeaba con fuerza desde occidente, afortunadamente la última clase del día se había terminado y me encaminé hacia la parada de buses que se hallaba justamente en frente de la facultad. Me coloqué debajo de una visera de cemento y esperé a la llegada del bus que me dejaba a escasas dos cuadras del pequeño departamento donde vivía, sin embargo, transcurrieron quince minutos y el “dichoso” transporte no aparecía. Aburrido me dejé llevar por mis pensamientos, recordé a mi ex enamorada, una chica bastante complicada, acostumbrada a imponerme sus caprichos; en principio la toleraba por el sexo, pero pronto empezó a caerme mal y terminé deshaciendo esa relación, obviamente  extrañaba el sexo, pero no la extrañaba a ella. Me pregunté a mí mismo, ¿cuánto tiempo había pasado desde que no había estado con una mujer?, ¿cuatro?, ¿cinco?, ¡no, seis meses! No sé exactamente por qué pero la imagen de Juan contando sus conquistas sexuales se coló en mi mente, “¡qué tipo!”, me dije mentalmente, y entonces, recordé el relato que nos había contado apenas una semana atrás. ¿Habría sido cierta? Todos quienes lo conocíamos sabíamos que aquel sinvergüenza en verdad tenía suerte con las mujeres, en realidad no era suerte, el tipo sabía cómo engatusarlas; solía decirnos que: “las mujeres son básicamente una gran oreja, solo se trata de saber qué decirles”. “Sí claro”, me dije mentalmente con ironía.
Finalmente luego de cinco minutos el bus que esperaba llegó y un par de personas subieron, y casi enseguida arrancó, desde donde me encontraba observé con indiferencia como se alejaba. Empecé a caminar, y en menos de dos minutos me encontraba justamente en la Plaza Indoamérica. Seguí caminando por la Avenida América, al tiempo que contaba cada que vez que llegaba al final de una cuadra.
— ¡Tres!— Dije cuando llegue a la esquina donde supuestamente debía girar.
Tomé por la derecha y empecé a caminar. El sendero era ligeramente empinado, no especialmente molesto y cansado, pero sí notorio. Mientras caminaba observaba con atención las diferentes casas que iban apareciendo en la medida en que me movía hacia adelante. No recordaba exactamente si Juan había dicho que la Biblioteca se hallaba a una o dos cuadras desde la avenida. Crucé una calle y continué con el mismo ritmo lento pero continuo, siempre observando las casas a mi derecha e izquierda. “¿Y si todo era mentira?”, me cuestioné mentalmente.
En tanto seguía caminando, noté que solo veinte metros me faltaban para llegar a la esquina, entonces comencé a sentirme entre engañado y decepcionado; pero de repente, mi mirada se fijó en un cartel rectangular adosado a una pared, estaba pintado de blanco, debía medir como medio metro de largo por treinta centímetros de ancho, a lo largo de éste, se hallaba impresa con grandes letras mayúsculas de color marrón la palabra: BIBLIOTECA.

Capítulo 3.
Entre por la puerta que se hallaba justamente al lado del cartel. La casa tenía un clásico estilo colonial, probablemente debía ser de finales del siglo XIX, o principios del XX. No,  no soy un experto en arquitectura histórica pero, en ocasiones las apariencias no engañan. Seguí por un pequeño sendero adoquinado que limitaba un pequeño jardín, hasta que finalmente me hallé justo ante la entrada principal de aquella casa.
Un reloj empotrado encima del dintel me dijo que eran las cuatro de la tarde menos quince minutos. “Veamos pues”, me dije mentalmente e ingresé a la casa.
La biblioteca no era diferente a cualquier otra pequeña biblioteca que hubiese visto; viejas mesas alargadas levemente abrillantadas; sillas de madera, toscas, incómodas y descoloridas por el tiempo y el uso. Lo único agradable hasta el momento era el ambiente templado que dominaba en aquel salón.
Mientras me dirigía hacía una larga barra de madera de metro de alto que corría a lo largo de la sala y que impedía el libre acceso a los estantes de libros, sector exclusivo en donde supuse solamente podían moverse los empleados y empleadas de la biblioteca, pude observar que apenas habían dos usuarios en ese momento, un hombre joven de más o menos mi edad y una mujer adulta que apenas me llamó la atención por sus grandes espejuelos, uno y otra, me miraron cuando pasé junto a ellos pero enseguida volvieron a sus respectivas ocupaciones.
Llegué hasta la barra y coloqué mis manos en esa superficie. El espacio estaba solitario y silencioso, solo libros y más libros acurrucados sobre largas, vetustas y oscuras estanterías.
—Buenas tardes. —Dije; mi voz se escuchó en todo el salón pero nadie respondió.
Regresé a mirar a las dos personas que se hallaban en la biblioteca, buscando una respuesta en una mirada o en un gesto, pero, solo vi a dos personas interesadas en sus lecturas.
—Sí, dígame. —Dijo una voz de mujer desde los estantes de libros, al tiempo que el sonido característico del calzado femenino con tacos se volvía cada vez más notorio.
Volví mi rostro hacía el lugar de donde provenía esa voz. Dirigiéndose hacía con pasó seguro estaba una mujer. En lo primero que me fije fue en su cabello, lacio y de un castaño oscuro que le caía libremente sobre sus hombros; su piel era de un canela claro, frente amplia pero proporcional a los demás rasgos de sus rostro, nariz recta de tamaño mediano, ojos marrones claros, cejas naturales cuidadosamente delimitadas, pómulos notorios y ligeramente rosados, labios gruesos apenas matizados de un rojo evidentemente artificial que los resaltaba lujuriosamente. Vestía un saco abierto de color rojo, y debajo de éste, una blusa blanca con botones, cuyo relieve mostraba un corpiño abultado señal inequívoca de grandes senos, usaba jeans azules que se ceñían amorosamente a generosas nalgas, muslos y piernas, y finalmente un par de sandalias con tacones que no dejaban de sonar cada vez que la mujer daba un paso.
Me quedé mirándola fijamente, sorprendido, gratamente sorprendido e interesado. Ciertamente era una mujer muy atractiva. Calculé que debía tener entre 40 y 50 años.
— ¿Qué necesita? — Me dijo, colocándose detrás del mostrador justamente frente a mí.
Nuestros rostros estaban a la misma altura de manera que calculé que debía medir 1. 70 m, considerando que usaba tacones.
Su voz me sacó del ligero arrobamiento en el que había caído. Por un momento no supe qué decir; es decir, hasta hace unos momentos pensaba que la historia de mi amigo, solo había sido un cuento dirigido a tomarnos el pelo, pero no, la mujer estaba ahí, ¡y qué mujer!, una encantadora hembra madura.
— Buenas tardes. —Le dije, al tiempo que le sonreía. No me respondió solo asintió con la cabeza. — Si, — le dije e hice una pausa —, verá —otra pausa—, necesito un libro —. He hice una nueva pausa, mientras pensaba qué decir.
— Y qué libro será. —Me preguntó, moviendo su cabeza y haciendo un gesto, que interpreté como de curiosidad.
—Aaah… pues verá. —Le dije, y de repente se me ocurrió algo. — Necesito un libro sobre sexualidad femenina.
— ¿Sexualidad femenina?— Me cuestionó asombrada, levantando sus cejas.
— Sí, —Le dije con seguridad, mirándola fijamente a los ojos— sexualidad femenina; específicamente algo sobre orgasmos femeninos, excitación del clítoris, un libro que indague sobre las zonas más erógenas en la mujer.
Se quedó mirándome boquiabierta por unos segundos, y entonces dijo:
—No creo que tenga ese tipo de libros aquí, tal vez en la Biblioteca de la Universidad.
—No, no encontré, acabo de venir de ahí y no tienen nada sobre eso. —Le dije inmediatamente. —Sabe, es increíble, como un asunto tan importante como la sexualidad femenina sigue siendo un tema prohibido en esta sociedad.
— ¿Le parece? —Me dijo con tono de ingenuidad.
—Definitivamente; por ejemplo son muy pocas las mujeres que se atreven a hablar de sexualidad o de sus experiencias sexuales con un hombre, ora porque tienen vergüenza, ora porque son santurronas, ora porque tienen miedo de ser catalogadas negativamente. Son muy pocas las mujeres valientes e inteligentes que se atreven a tocar este tema que debería ser tratado con total naturalidad. Se lo digo porque he intentado entrevistar a varias mujeres y de 100 apenas 5 se han atrevido a aceptar el cuestionario y eso a pesar de que les he garantizado absoluta confidencialidad.
— ¿Solo cinco? —Me preguntó con gesto de curiosidad y candor. 
—Solo cinco.
— ¿Y qué les pregunta? —Me dijo mirándome a los ojos, con notorio interés, mientras se arreglaba el pelo y lo acariciaba cariñosa y lentamente.
—Varias cosas. ¿Le gustaría responder el cuestionario?
— En este momento no puedo, estoy trabajando. —Me dijo como disculpándose.
La miré, apenas sonriendo, por un par de segundos, y enseguida regresé a ver hacia las mesas. Una de las dos únicas personas que estaban en la biblioteca, el muchacho,  estaba mirándonos, pero volvió a lo suyo cuando vio que lo observaba.
—Solo están dos personas, y no creo que les importe si usted se ocupa de mí por unos momentos. Además, desde que la vi me di cuenta que usted a más de ser muy guapa es una mujer inteligente y atrevida, algo no muy común en esta sociedad oscurantista.     
—No, no puedo. —Me dijo sonriendo mientras miraba hacia el suelo.
— Sus opiniones me ayudarían muchísimo para terminar la investigación que estoy haciendo, además con su colaboración ayudaría a muchas mujeres que no son tan valientes como usted a entender mejor su propia sexualidad. Usted sería una pionera, una mujer solidaria con las demás mujeres, en especial con aquellas que han sido sometidas por la anticultura represiva de esta sociedad hipócrita. ¿Qué dice, me ayuda?
La mujer me miró fijamente mientras se mordía suavemente su labio inferior. Había duda en rostro pero también interés.
— ¿Y cuánto cree que nos demoremos? —Me dijo con candidez.
— El tiempo que usted decida.
Volvió a jugar con su cabello, miró hacia las mesas, y luego giró su rostro hacia el fondo donde se encontraba un pequeño escritorio.
—Supongo que podría ayudarlo. —Me dijo sin mirarme, e inmediatamente caminó un par de metros hacia su derecha, levantó una pequeña tabla, y abrió una puerta empotrada en la barra. Entonces se volvió hacia mí. — Entre —. Me dijo. 

Capítulo 4
Entre por el pequeño espacio, y ella, inmediatamente cerró la pequeña puerta, y volvió a colocar la tabla en su lugar. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el pequeño escritorio, seguida por mí.
Mientras la seguía no puede evitar concentrarme en sus generosas nalgas, sus bien formadas piernas, así como en los rosados talones que se remontaban sobre sus erguidos tacones. Automáticamente sentí un empellón de mi verga dentro mi pantalón. “Tómalo con calma”,  me dije mentalmente.
Colocó una silla frente al viejo y pequeño escritorio y luego se situó detrás de este.
—Siéntese. — Me dijo mientras ella hacía lo propio.
—Gracias. —Le dije mientras colocaba mi carpeta encima del escritorio. Entonces, me di cuenta que ni siquiera sabía su nombre, y como es obvio, ella tampoco el mío. Me incorporé y le extendí mi mano. —Por cierto, me llamo Pablo. —Le dije inmediatamente.
—Yo Gloria. —Me dijo aceptando mi mano, mientras me miraba con atención.
Volví a sentarme y empecé a divagar imaginando qué preguntarle. “¿Y si solo voy hacia ella y empiezo a besarla?”, me planteé mentalmente. La opción parecía ser muy práctica pero al mismo tiempo un tanto abrupta.
—Usted dirá. —Me dijo sacándome de mis desvaríos.
—Sí, claro, por supuesto. —Le dije y tomé mi carpeta y la abrí. Agarré uno de mis dos cuadernos espirales, y empecé a ojear hasta llegar a una página en blanco. —Bien—, le dije, mientras sacaba del bolsillo de mi carpeta un pequeño lápiz. —Comencemos entonces, dígame Gloria, ¿usted se masturba?
La mujer madura me quedó viéndome estupefacta, mientras yo la miraba con curiosidad, aunque adoptando una actitud tranquila y serena, a pesar de lo excitado que empezaba a ponerme.
—Pues…. — Dijo Gloria y se quedó en silencio, visiblemente nerviosa e insegura.
— Por favor Gloria. Siéntase libre de expresarse, no se autocensure, recuerde, usted es una mujer sin prejuicios y complejos y está charlando con un hombre con criterio amplio que no la va a juzgar en lo absoluto, además siéntase segura que sus confidencias serán absolutamente reservadas. Su nombre nunca será mencionado en el ensayo, salvo que usted expresamente me lo pida.
— ¡No, no, para nada, me gustaría quedar en el anonimato! —Me espetó con énfasis.
—Pues, entonces así será. —Le dije con seriedad. —Pero antes que me conteste déjeme decirle que la masturbación, bueno yo prefiero decirle autoerotismo, es una práctica sana y natural. No tiene motivos para avergonzarse si la práctica.
—De acuerdo, sí tiene razón, —Me dijo sonriendo nerviosamente. — Yo ya sabía que la masturbación no es algo malo, pero como usted ya lo dijo, el sexo es a veces satanizado, y una no termina de vencer esos prejuicios.
— Pero se los puede vencer. —Le dije sonriendo, ella también sonrió. —Recuerde que son prejuicios, podemos y debemos superarlos, y que mejor que enfrentándolos y venciéndolos o simplemente ignorándolos.
— De acuerdo. Sí, a veces lo hago.
— ¿Y con qué frecuencia se masturba? —Le pregunté, e inmediatamente me puse a garabatear en la hoja del cuaderno.
—Cuando tengo ganas. —Me dijo dándole una entonación coqueta a la frase.
— ¿Y siente ganas muy seguido?
— A veces. —Me dijo con el mismo dejo coqueto.
— ¿Y cómo se masturba, qué es lo que más le gusta hacerse?
Gloria se detuvo, volvió a sonreír nerviosamente, y seguidamente se lamió sus labios con la lengua.
—No sé por dónde empezar— Me dijo mirándome sensualmente.
—Empecemos imaginando que está en su cama totalmente desnuda.
Se sonrió y miró al suelo.
—Bueno. —Me dijo levantando la mirada y fijándola en mí. —Me gusta tocar mi… —se detuvo por unos segundos, y volvió a mirar al suelo —, me gusta tocar mi clítoris, — dijo por fin y volvió a levantar su mirada dirigiéndola hacia mí.
— ¿Y qué siente cuando toca su clítoris? —Le dije mirándola con atención.
Desde mi posición noté que se acomodaba en su silla, casi enseguida cruzó su pierna derecha sobre su izquierda. Suspiró profundamente e hizo un ademán como si el ambiente estuviera muy caliente.
—Si no lo recuerda podría tocárselo en este momento, no se niegue ese placer debido a mi presencia, además sería más objetiva, y por lo tanto más fidedigna.
No me dijo nada solo se quedó mirándome fijamente mientras su respiración se aceleraba en algo. De repente sus manos bajaron hacia su entrepierna. No podía ver qué sucedía allá abajo porque el escritorio me impedía la visión pero, escuché el sonido de un cierre abrirse. Unos segundos después su brazo derecho se movía repetitiva y rítmicamente. Poco a poco la velocidad con que movía su brazo se iba incrementado, y leves sonidos, gemidos apenas perceptibles, empezaron a salir de sus labios.
— Señorita. — Dijo alguien a mis espaldas. Ninguno de los dos le hicimos caso. — ¡Señorita! —Dijo esta vez con más fuerza.
—Tú no te detengas, ¿entendiste?, no te detengas, sigue haciéndolo. Ahora vuelvo. —Le dije mientras me levantaba, giraba y raudamente me encaminaba hacia el lugar de donde surgía la voz.
Ni siquiera me había dado cuenta que la había tuteando. Una de las personas que se encontraba en la biblioteca con libro en mano me esperaba en la barra de madera.
—La señora está ocupada, en este momento, ¿qué desea? —Le dije con apremio.
—Entregar el libro. —Me dijo sin preámbulos, el muchacho.
—O.K. —Le dije, y tomé el libro de sus manos, pero el tipo se me quedó mirando,  entonces recordé que seguramente esperaba que le devolviera el documento que generalmente se deja como prenda por el libro.     
Pensé en volver donde estaba Gloria, y preguntarle donde los guardaba, giré y la vi, seguía sentada en el escritorio. No alcanzaba a ver los detalles de su rostro que debía estar visiblemente excitado, pero, estaba seguro que seguía friccionando su sensible, encantador y eréctil botoncito.
—Me parece que coloca los carnés en esa mesa que está allá. —Me dijo el muchacho señalando un lugar a mi derecha.
En una pequeña mesa, justo junto a una estantería de libros se hallaba una especie de casilleros. Me lancé hacia allá con la celeridad de la luz, o eso me imaginé. Rápidamente revisé las pequeñas casillas, tomé las ocho cédulas y carnés que había y fui donde estaba el muchacho esperándome.
— ¿Este es suyo? —Le pregunté. El tipo lo miró y asintió.
—Gracias. —Me dijo y se fue hacia la salida.
Me encontraba ansioso por volver donde estaba Gloria. Pero antes tenía algo que hacer. Miré a la otra persona que estaba sentada. La reconocí en uno de los documentos.  Levanté la tabla y luego abrí la pequeña puerta y me dirigí hacia donde estaba aquella mujer con anteojos.
—Disculpe señora, —la mujer levantó su mirada hacia mí, — vamos a tener que cerrar la biblioteca por órdenes de la administración. —Le dije enseguida.
—Pero, estoy usando el libro, lo necesito de urgencia. —Me dijo contrariada.
—Le diré lo que haremos. Usted me deja su documento, se lleva su libro a casa y mañana viene a dejarlo. ¿Le parece bien?
—Pues, sí, está bien.
—Genial, ahora por favor, — le dije mostrándole la salida.
La mujer metió el libro en su bolsa y se dirigió a la puerta mientras yo la seguía de cerca.
—Gracias, —me dijo, mientras cruzaba el dintel—, yo mañana le traigo el libro.
Solo le sonreí, e inmediatamente cerré la puerta, coloqué una aldaba manual y furibundamente me dirigí hacia donde estaba Gloria.

Capítulo 5.
En cinco o seis segundos estaba nuevamente frente al escritorio. Gloria me miraba de manera ansiosa con su boca acezando lascivamente; su brazo no dejaba de moverse armónicamente, sabía muy bien lo que hacían sus dedos aunque no los tuviese a mi vista.
Sin pensarlo dos veces tomé con mis manos de los filos del escritorio y con fuerza los halé hacia mí retrocediendo al mismo tiempo como un metro; luego, furibundamente lo empujé hacia mi derecha.
Ahí estaba, la hermosa hembra con su piernas tan abiertas como sus adheridos jeans se los permitían. Sus dedos se perdían debajo de unas bragas de color negro que apenas se podían ver entre los pliegues del cierre del pantalón: Incómoda y todo, Gloria no cesaba de friccionar de manera vehemente su clítoris. Instintivamente me acerqué y mientras lo hacía me saqué la camiseta, dejando mi torso desnudo. Noté entonces que su mirada se dirigía hacia mis pectorales, y luego hacia mi entrepierna, el relieve de mi verga debajo de mis pantalones era imposible de ocultar. Levantó su mirada dirigiéndola a mi rostro, estaba cargada de deseo, de lujuria, mientras sus labios entreabiertos jadeaban levemente.
No lo pensé dos veces, y me acerqué a treinta centímetros de donde se encontraba sentada, me aflojé la correa, retiré el botón de mi pantalón, y lentamente bajé el cierre ante la mirada ansiosa de Gloria. Mi pene apareció cobijado por mis interiores azules. De un solo empujón, bajé mis interiores y pantalón dejando a mi verga finalmente libre. Gloria se quedó boquiabierta mirándola, pero no cesó de masturbarse. Lentamente me fui acercándome hasta que mi pene quedó justo frente a su boca, en toda su extensión.
La mujer madura miró el rosado glande que tenía frente a sí, levantó su mirada y se topó con mi rostro que la miraba con deseo. Volvió a mirar mi verga, y entonces, la tomó con su mano izquierda, y la acercó a su nariz, la olfateó varias veces alternando sus fosas nasales, y luego la arrimó hasta sus labios e inmediatamente empezó a besarla y a lamerla cariñosamente.
No bien ella tomó con su mano mi verga, empecé a disfrutar de las suaves caricias que recibía de sus labios y lengua. Me fue imposible no emitir un leve gemido de placer. Era la primera vez que una mujer me iba a practicar una felación. De repente sentí que su boca empezaba a mamarme la verga. Mis gemidos se hicieron más notorios. Sentí que mi glande era literalmente masajeado por sus labios y lengua, mientras chocaba alternativa y suavemente contra su paladar y el interior de sus mejillas, aunque en ocasiones el miembro entraba cuan largo y ancho era hasta el comienzo de su mismísima garganta.
Evidentemente Gloria sabía lo que hacía, de manera que me dejé conducir por la maestra, limitándome únicamente a tomarla del cabello y a acompañarla con mi pelvis en el armónico movimiento de su cuello y espalda. No recuerdo cuando tiempo estuvo chupando mi verga, quizá diez, veinte o treinta minutos, no lo sé, me sentía abstraído del mundo simplemente disfrutando del placer que me brindaba esa boca sensual. De vez en cuando Gloria levantaba su mirada, sin dejar de mamar para mirar mi rostro dominado por la lujuria. De repente, sentí un momento intenso de excitación en todo mi cuerpo, mis gemidos se transformaron en fuertes exclamaciones de placer y eyaculé vehemente en el interior de la boca de Gloria. Solo entonces, mis caderas empujaron con fuerza, mientras mis manos sujetaban enérgicamente su cabeza. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete emisiones intensas de semen se regaron en la boca de la hembra madura; sin que una sola gota se le escapara por sus radiantes y excitados labios.
Mientras la hermosa hembra degustaba y tragaba mi semen, levantó su mirada una vez más hacia mí; su rostro lujurioso y descarado me excitaron tremendamente haciendo que mi verga intentará eyacular nuevo semen sin éxito, pues me lo había chupado todo, por varios segundos se mantuvo mirando mi éxtasis carnal y luego, volvió a dirigir su vista a mi verga, concentrándose en la felación, solo que esta vez se limitó a besar y lamer mi excitado y lustroso glande, en tanto su mano derecha continuaba frotando su entrepierna voluptuosamente.
  
Capítulo 6.
Satisfecha, Gloria soltó mi verga, al tiempo que dejaba de frotar su entrepierna. Colocó sus manos en mis músculos abdominales y los acarició fogosamente. Sentí sus uñas clavándose en mi piel, el inevitable dolor se hizo presente, pero, nada que no pudiera tolerar. Sus ojos nuevamente se fijaron en mi rostro aún extasiado por la monumental eyaculación de segundos atrás. Esbozó una sonrisa lujuriosa y lentamente empezó a subir sus manos adheridas a mi piel hasta que llegó a mis pectorales, las deslizó hasta mi ombligo, y las subió nuevamente, repitiendo la acción varias veces.
—Tienes un semen dulce, bebé. —Me dijo desde su posición. Inmediatamente mi verga, completamente dura, se irguió instintivamente, acometiendo algunas veces hasta que volvió a su posición de descanso.
Gloria se percató de la reacción de mi miembro, y enseguida levantó su rostro hacia mí. Su hermosa cara había adquirido un gesto de ansioso deseo. Lentamente empezó a incorporarse, hasta que su rostro estaba justo frente al mío. Nuestros labios se hallaban a escasos centímetros, casi a punto de tocarse. Inhalábamos el aire que el otro exhalaba.
No pude aguantar más y la besé apasionadamente. Mordisqueé esos labios carnosos, besuqueé toscamente esa lujuriosa boca de hembra en celo, nuestras lenguas empezaron a probarse una a otra, mientras ella me acariciaba la espalda con sus manos, una vez más sentí sus uñas rayando mi piel, pero el dolor solo me incentivaba a besarla con más pasión.
De repente, sus manos se colocaron en mis pectorales y me dio un pequeño pero notorio empujón, deteniendo mis acometidas carnales. La miré con deseo pero también con algo de incertidumbre. Me sonrió, se movió a su izquierda y empezó a caminar lenta y grácilmente hasta que se detuvo justo frente al escritorio; se volvió y me miró con descaro mientras se quitaba el saco y lo dejaba caer al suelo. Inmediatamente empezó a desabotonarse lentamente la blusa al tiempo que me miraba con lujuriosa, unos segundos más y la blanca blusa cayó justo encima del saco.
Un rosado sostén cubría las hermosas y grandes tetas. Las miré ansioso por descubrirlas completamente.
— ¿Quieres verlas, bebé? —Me dijo la hermosa mujer agarrándolas con sus manos.
Solo hice un ademán afirmativo con mi cabeza.
Gloria llevó sus manos a su espalda e inmediatamente noté como la presión de la prenda sobre las tetas cedía ostensiblemente. Lenta y de manera fácil, Gloria se libró del sostén y lo dejo caer al suelo. Ante mí se mostraron dos señoras tetas que desafiaban atrevidamente la ley de la gravedad; prominentes, abombadas, adornadas con dos majestuosos y erectos pezones de un marrón oscuro, dos hermosas mamas que me invitaban a mamarlas inmediatamente.

Capítulo 7.
Gloria dirigió su atención a sus senos mientras los manoseaba lascivamente, y luego de unos segundos levantó su mirada y me miró fijamente. Entendí la invitación, y me lancé con actitud decidida, pero a punto estuve de dar con el suelo. Mis interiores y pantalón se habían acopiado en torno a mis zapatos como verdaderos grilletes que me impedían caminar libremente.
Gloria soltó unas cuantas carcajadas. La miré, me sentí un tanto tonto, pero, su rostro prendido de lujuria y sus carcajadas desvergonzadas me excitaron nuevamente, haciéndome olvidar cualquier resquicio de duda o humillación. Abruptamente me saqué los zapatos, las medias, e inmediatamente el pantalón conjuntamente con los interiores, quedando completamente desnudo. Gloria cesó de reír y me miró ansiosamente.
Me lancé sobre ella y de nuevo, besé alocadamente su boca, y mientras lo hacía sentí sus duros y protuberantes pezones espoleando suavemente la piel de mi pecho, en el frenesí de mi boca en la suya, sentí que sus manos me agarraban de los cabellos y lentamente me conducían hasta donde ella quería, pronto mi rostro estaba justamente frente a sus tetas.
— ¡Mámalas! —Me dijo con vehemencia, prácticamente ordenándome. Y eso hice.
Empecé besando y lamiendo suavemente su pezón derecho, mientras magreaba apasionadamente su teta izquierda; y unos segundos después estaba mamando generosamente de su pezón excitado.
—Así bebé, así, no pares bebé. —Alcance a escucharla en medio de los suaves gemidos que provenían de su boca, mientras cambiaba alternativamente de teta y pezón.
La posición en la que me encontraba no era precisamente la más cómoda para desarrollar mi trabajo con desenvoltura y confort pero, el deseo superaba cualquier incomodidad. Pronto empecé a magrear y chupar con más fuerza, mordisqueando suavemente sus duros y firmes pezones; por un instante, la imagen de una vaca lechera siendo vehementemente ordeñada por su ternero se coló en mi mente. Pronto los ligeros gemidos de Gloria se volvieron notorios ayes de placer.
Una vez más sentí que Gloria agarraba con fuerza de mis cabellos y me obligaba a bajar mi cabeza más aún. Se detuvo justo cuando mi rostro se hallaba en su entrepierna. Inmediatamente percibí un olor que me resultaba inconfundible, un olor difícil de comparar, el típico olor a hembra, a mujer.
Sus jeans apretados continuaban en su lugar. El botón de sujeción y el cierre se encontraban abiertos, pero el pantalón azul se mantenía adherido a las redondas nalgas y a los exuberantes muslos de Gloria. Entre los pliegues del cierre podía alcanzar a ver sus olorosas bragas.

Capítulo 8.
El olor a sexo de mujer, terminó por embriagarme de erotismo; coloqué mis pies de manera estable en el frío piso de parqué, entonces, agarré con mis manos decididamente de los extremos de la cintura de su pantalón, y de inmediato halé con fuerza hacia abajo.
— Ay —Sollozó Gloria, yo creo que del susto más que de otra cosa.
El fuerte empellón había conseguido lo que buscaba, sus bragas y jeans se hallaban cubriendo sus zapatos de tacón. Levanté mi mirada y lo primero que observé fue una abundante mata de vellos que le cubría su monte de venus y se extendía por todo el perímetro externo de su vulva.
Por un momento me sentí sorprendido, y ligeramente asustado. Las dos mujeres con las que había tenido sexo, anteriormente, ambas mujeres de mi edad, tenían sus entrepiernas perfectamente depiladas, pero Gloria, no. La imagen de la vulva peluda me intrigó por un momento. Sin embargo, nuevamente la lujuria se apoderó de mí al observar que los vellos que bordeaban los labios vaginales se hallaban completamente mojados.
— ¿Eres virgen? —Me preguntó con tono pícaro.
— No. —Le dije, levantando mi rostro.
— Y entonces, qué esperas. —Me dijo con su rostro adornado con una lascivia que invitaba al sexo desenfrenado.
No esperé una segunda incitación y dirigí mis manos a su entrepierna, mientras notaba que ella levantaba alternativamente sus piernas y se libraba de su pantalón y bragas, e inmediatamente se apoyaba en el viejo escritorio de madera, al tiempo que abría las piernas lo suficiente para dejar completamente a la vista su caverna sexual.
—La tienes muy peluda. —Le dije, mientras acariciaba con mis manos su clítoris y los labios de su vulva, abriéndome paso en medio del follaje velludo y mojado.
— ¿Y no te gusta que esté así? —Me preguntó con la misma picardía de momentos atrás.
La miré y sin vergüenza empecé a lamer la entrada de su vagina que se encontraba resplandeciente por los jugos que la bañaban mientras con mis manos acariciaba sus piernas. Era obvio que se encontraba tremendamente excitada pues exudaba abundante líquido vaginal, hasta el punto que incluso el interior de sus muslos se hallaban humedecidos por las secreciones sexuales.
Gloria empezó a emitir una nueva oleada de gemidos de placer que se iban intensificando en la medida en que mis atenciones a su clítoris y vagina se hacían más profundas y apasionadas. Besaba fervientemente sus labios vaginales como besaría su boca y de repente caí en cuenta de algo, me detuve por un momento y me concentré en la abertura de la erótica caverna; y casi inmediatamente confirmé lo que me había imaginado, la vagina instintivamente se abría y se cerraba, como ansiando algo, como si estuviese sedienta o hambrienta de algo. Y yo sabía que anhelaba.

Capítulo 9.
Me incorporé tan rápido como pude, y al hacerlo, sentí un poco de dolor en los músculos de mis muslos y piernas por la posición en la que había estado por varios minutos. Ignoré el dolor cuando me encontré con el rostro extasiado de Gloria. La besé fogosamente, mientras sentía su sensual jadeo en mi boca, pero, no por mucho tiempo.
La miré, y ella automáticamente interpretó mis deseos, se dio la vuelta y violentamente lanzó por los aires los documentos, papeles, libros e incluso mi carpeta que se encontraban sobre el escritorio, se puso de nuevo frente a mí, se sentó, y lentamente dejó caer su espalda en la superficie del duro mueble.
La imagen de Gloria acostada en el escritorio con sus piernas colgando del mismo, y su vagina chorreando líquido vaginal me ensimismó, la escena plena de erotismo me dejó boquiabierto. Sus dos bocas jadeaban ansiosas de pasión.
—Hazlo, hazlo bebé, hazme tuya mi amor. —Me dijo la bella mujer madura.
Su pedido que más parecía un ruego me sacó del ligero arrobamiento. Cogí su pierna derecha y la coloqué sobre mi hombro izquierdo, y su izquierda sobre mi derecho. Agarré mi verga con la mano y cuidadosamente la introduje lentamente en la misteriosa cueva erótica. Inmediatamente sentí una sensación de placer que me estremeció todo el cuerpo.
—¡Ay, sí, bebé, así, hazlo, hazlo! —Me dijo Gloria mientras alternativamente se masajeaba furiosamente las tetas y se oprimía sus erectos pezones.
Empecé lentamente el bombeo, suave pero profundo. Lento pero seguro y constante. La intensidad y sensibilidad de la fricción me recordaron que no estaba usando preservativo. “Y dónde carajos voy a conseguir un condón ahora”, me dije mentalmente. De inmediato aumenté la velocidad de los empellones, mis piernas chocaban contra las partes inferiores de las nalgas y superiores de los muslos de Gloria, haciendo un ligero sonido similar a un chasquido.
— ¡Ay, sí, sigue así, bebé, sigue así! —Me repetía Gloria a cada momento.
Una y otra vez mi verga entraba y salía de la vagina lustrosa y lubricada de la sensual mujer, mientras ésta, no cesaba de sollozar cada vez más fuerte con cada una de mis fuertes embestidas. De repente sentí, que la hembra madura soltaba un fuerte chorro de líquido blanquecino por su uretra, luego otro, y otro, y otro más, siempre acompañados por fuertes gemidos de placer emitidos por su boca.
La sorpresa del evento hizo que soltara sus piernas y sacará mi verga de la caverna para contemplar a la hembra gimiendo y sacudiéndose en ligeras convulsiones de placer. Jamás había experimentado algo semejante, “así que esto es una eyaculación femenina”, me dije mentalmente. Dejé que pasen unos segundos, y luego levanté nuevamente sus piernas que apenas momentos atrás se sacudían temblorosamente por el fuerte orgasmo que la mujer había tenido; volví a meter mi verga en su vagina y empecé a cargar con más fuerza. La mujer volvió a prorrumpir en continuos sollozos de placer, mientras lujuriosamente se frotaba con su mano derecha su enorme clítoris hinchado y con la izquierda continuaba ordeñándose las tetas sucesivamente.
A pesar del dolor que empecé a sentir por lo duro y tupido con que la estaba cogiendo, no podía parar, y yo mismo empecé a emitir leves gemidos por las fuertes y constantes arremetidas; hasta que de repente sentí una sensación intensa de placer, símbolo inequívoco de que había llegado al orgasmo. Con fuerza inusitada espoleé a la mujer como intentando que mi verga llegara hasta su mismísimo útero, descargando finalmente mi semen en lo más profundo de su excitada vagina.

Capítulo 10.
Me tumbé sobre ella, dejando que el sudor de mi cuerpo se mezclase con el suyo, pero, la posición en que se hallaba Gloria era tan incómoda y el escritorio tan pequeño que no tuve más remedio que escabullirme hacia atrás, y lentamente dejarme caer en el frío piso de parqué.
Cansado pero satisfecho, extendí mis brazos hacia los costados, y me quedé viendo hacia la lámpara que tenía sobre mí. En ese momento todo lo que había sucedido minutos atrás me pareció surreal. No sabía qué hora era. Qué tiempo había estado en ese lugar: un día, una hora, un minuto, un segundo. “¿Y si esto no es más que un sueño, y dentro de poco me despertaré, y no recordaré nada?”, me dije a mí mismo. Pero, entonces, escuché un ligero siseo, levanté mi rostro y vi que Gloria, se movía a gatas hacia mí.
La bella mujer llegó hasta mi pelvis y de un solo movimiento se apoderó de mi verga. Sentí como mi miembro era agarrado y masajeado poderosamente por la mano de aquella ardiente fémina, una vez más todo mi cuerpo se estremeció.
Dejé que mi cabeza descansara en el piso y solo me limité a disfrutar del apasionado masaje, pero un nuevo estremecimiento me hizo levantarla nuevamente para ver que sucedía, de inmediato me di cuenta, al masaje Gloria había añadido una lujuriosa mamada. Segundos, minutos, horas, la noción del tiempo se había ido, solo había lujuria, carnalidad, placer indómito, y de repente un orgasmo que intentaba trascender el infinito; ayes, gemidos, pero esta vez solo míos.
Gloria se acostó sobre mí y empezó a lamer mi rostro. Yo estaba agotado, satisfecho, cansado, pero ella, ella parecía inagotable. Solo la dejé hacer.
— ¿Te gustó bebé? —Me dijo luego de besarme copiosamente.
Solo atiné a sonreírle, había tenido el mejor sexo de mi vida, hasta ese momento. Ella lo sabía, le bastaba con observar mi rostro extasiado de placer.
— ¿Cómo dijiste que te llamabas? —Me preguntó, con una sonrisa pícara.
—Pablo. —Le dije, mientras me sentía a merced de aquella monumental mujer.
— ¿Crees que esta experiencia te sirva para terminar tu investigación? —Me dijo y sonrió ampliamente.
—Supongo que sí. —Le dije, imaginando que se había dado cuenta que lo de la investigación había sido una farsa, seguramente desde el principio.
—Me gustó mucho estar contigo, eres un chico muy fuerte y rendidor. —Dijo sin dejar de verme.— Aunque te hace falta práctica, necesitas alguien con experiencia que te enseñe. —Dijo y esbozó una sonrisa pícara.
—Siempre estoy dispuesto a aprender. —Le dije; la charla me había puesto cachondo, y empecé a sentirme con nuevas fuerzas.
—Estoy segura que sí. —Dijo y me miró fijamente por unos segundos.—Ahora quiero que me prometas algo. —Dijo con cierto dejo de formalidad.
—Lo que tú digas. —Le dije obedientemente.
—Quiero que no vuelvas más por aquí.
En ese momento me quedé atónito; sin saber que responder; sin saber qué argumentar, y sin embargo, pude articular una palabra que resumía mi confusión en esos instantes.
— ¿Qué?
—No quiero que vuelvas nunca más por aquí.
—Pero, Yo te amo.
Gloria soltó una sonora carcajada que, no lo niego, cacheteó mi ego fuertemente.
—Tú no estás enamorado de mí, solamente tuviste buen sexo, eso es todo, y nada más, y tú lo sabes.
—Pero… —Intenté replicar pero fui interrumpido.
— ¿Te gustó lo que hicimos hoy?
—Claro que sí, fue maravilloso. —Le dije convencido y emocionado.
—Entonces, en honor a esa experiencia, quiero que me prometas que nunca me buscarás, y tampoco volverás a esta biblioteca, ¿entendido?
—Pero, ¿por qué? —Le pregunté, esperando una razón que calmase la desilusión que empezó a agobiarme.
—Porque yo lo quiero así. —Me dijo esta vez con seriedad.
Me quedé viéndola; esta vez no sonreía; su rostro hasta hace momentos lujurioso se había vuelto sereno pero al mismo tiempo indisputable.
—De acuerdo. Si no quieres que te busque, no lo haré.
— ¿Lo prometes?
—Sí, lo prometo. —Le dije, con mi rostro desconsolado.
Gloria, me besó la boca, pero esta vez no fue un beso lujurioso, quizá de agradecimiento.
—Vamos, levántate y vístete, debe ser muy tarde. —Me dijo con dejo amistoso, y se incorporó lentamente.
Por un momento me quedé observándola desde mi posición, tendido en el frío piso de parqué. Sus muslos flexionándose para recoger sus ropas tiradas en el suelo. Las corvas de sus pies, aún todavía sobre sus sandalias con tacos. Sus labios, los de su rostro y los de su entrepierna. Sus senos, sus pezones, su cuerpo maravilloso. Por unos extraordinarios y grandiosos momentos había disfrutado de esa exuberante hembra, pero, en un solo instante todo se había terminado.
Empecé a sentir frío, mucho frío. Me incorporé y busqué mi ropa, estaba a unos metros de donde me había acostado. Empecé por ponerme los calcetines.
— ¿Y en dónde estudias? —Me preguntó de repente Gloria.
—En la Universidad Central. —Le dije sin mucho ánimo.
— ¿En qué facultad?
— En Economía —Le dije y me volví para verla; se estaba poniendo el pantalón, pero no las bragas, que aún seguían tiradas en el piso.
— ¿En qué nivel estás?
—Segundo.
— ¿Estudias en la mañana, en la tarde, o en la noche?
— En la tarde. —Le dije, y empecé a molestarme, es decir, considerando que no deseaba volverme a ver preguntaba demasiado sobre mí, pero no quería enojarme con ella, no después de lo que habíamos hecho, de manera que supuse que solo quería hacer conversación.
Mientras me terminaba de vestir, me dije a mí mismo: “solo fue sexo”. Efectivamente solo había sido sexo para ella, nada de sentimientos, nada de compromisos, solo algo carnal. “Y por qué debería haberlos”, me dije en mi mente, es decir, apenas nos habíamos conocido. La gente no se enamora de buenas a primeras, no, eso lo pasa en las vulgares telenovelas y en la películas tontamente románticas. Y sin embargo, esa mujer despertaba en mí, sentimientos especiales, o eso me parecía ese momento. No me importaba su edad, quizá me llevaba veinte años, o quizá más, pero, eso no me importunaba, ni siquiera que hubiese tenido sexo con Juan.
—Te acompaño a la salida. —Me dijo, para entonces, estaba completamente vestida.
— ¿No deseas que te acompañe a tu casa? —Le dije buscando estar un poco más con ella.
—No. —Me dijo fríamente.
Pasé por el dintel de la puerta y me volví para despedirme. Gloria se acercó y me dio un beso en la mejilla.
—Chao, hermoso. —Me dijo y de inmediato cerró la puerta.
Suspiré un par de veces, y me di la vuelta para salir del aquella casa. Solo entonces noté que ya era de noche pues las tinieblas dominaban el lugar. De repente un foco se encendió en el pequeño pasillo. Levanté la mirada y busqué el reloj que estaba empotrado en la pared encima de la puerta de ingreso, marcaba el nueve. Enseguida me encaminé a mi casa, pensando en todo lo que me había sucedido aquella tarde y noche.

Capítulo 11.
Al día siguiente fui a clases, a pesar del estado melancólico en el que me hallaba, pero a diferencia de Juan, me abstuve de contar a mis amigos acerca de la experiencia que había tenido en la pequeña biblioteca.
Sin embargo, necesitaba conversar con Juan, deseaba saber sobre su relación con Gloria. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo le había ido? ¿Seguían viéndose? Tenía muchas preguntas que hacerle. Pero no deseaba que mis otros amigos se enterasen.
La oportunidad se dio una semana después cuando luego de clases me lo encontré solo en la salida de la facultad y lo invité a tomar una cerveza. Juan tenía dos pintorescas costumbres: ser un descarado mujeriego y un empedernido amante de la cerveza.
Luego de conversar de eso y aquello, decidí que era momento de preguntarle acerca de Gloria.
— ¿Recuerdas que nos contaste de la bibliotecaria que te habías culeado? ¿Aún la sigues viendo?
—No. —Me dijo Juan.
— ¿Y qué pasó?, ¿amor de una noche?
—No, era una mujer media rara. La fui a ver el otro día, y cuando le propuse culear de nuevo me mandó al diablo.
No pude evitar reírme. Juan despreciado por una mujer. Pero inmediatamente sentí curiosidad. En verdad que Gloria era una mujer misteriosa, o “media rara”, como bien decía Juan.
—Tal vez le dijiste algo que la ofendió. —Le planteé.
—No, no sé. Como te digo era una mujer rara. Luego que la cogí, me hizo prometer que no la buscaría, y tampoco quiso darme su dirección o su teléfono. —Dijo Juan y se tomó un sorbo de cerveza.— Pero, la volví a buscar una semana después, y esa vez ya no quiso nada.
—Pues qué raro, eh. —Le dije sonriendo.
—Pero, no importa, porque igual me la cepillé una vez. —Dijo con aire jactancioso, pero casi inmediatamente Juan asumió una actitud taciturna por varios segundos.
—Tengo que irme. —Me dijo, y se tomó de un solo trago el resto de la cerveza que le restaba.
— Yo también. —Le dije; dejé el vaso a medio tomar, y salí con mi amigo a la calle donde nos despedimos finalmente.

Capítulo 12.
Tres meses después de la intensa sesión de sexo que tuve con la mujer de la biblioteca, finalmente había conseguido superar la melancolía que había tenido por su negativa de volvernos a ver. Aunque no por eso la había olvidado. Su recuerdo permanecía innato en mi mente, pero había superado la pérdida, o más bien el alejamiento. Pero entonces, sucedió algo.
Me encontraba subiendo las escalinatas que conducían al edificio de la Facultad, inmerso en varios pensamientos, hasta que finalmente llegué al inicio del amplio corredor enmarcado por una gran puerta de vidrio, fue cuando escuché una voz que me hizo reaccionar de inmediato.
—Hola Pablo.
Regresé a ver hacia el lugar de donde provenía la voz femenina que me resultaba muy familiar. Se trataba de una mujer alta, casi de mi estatura, cabello recogido en forma de cola de caballo, grandes gafas negras, labios carnosos, cuerpo esbelto y frondoso cubierto por un vestido azul oscuro, medias de nylon negras transparentes y zapatos negros con tacones medianos.
La incertidumbre se apoderó de mí. Su voz me recordaba a alguien pero, su imagen actual contrastaba con la reminiscencia que tenía.
— ¿No te acuerdas de mí?, porque yo sí me acuerdo de ti, y de lo que hicimos. —Dijo la mujer con tono picante esbozando una sonrisa lúbrica. Enseguida se quitó las gafas.
Solo entonces la reconocí, aunque, estaba diferente, era Gloria, pero en una faceta mucho más formal y elegante.
—¿Gloria? —Le dije, sorprendido.
— ¿Cómo te va? —Me dijo, acercándose a mí.— ¿Me extrañaste? —Dijo deteniéndose a unos treinta centímetros de mí.
—Hola. —Le dije inocentemente, y me quedé mirándola deslumbrado.
La mujer sonrió generosamente y me miró fijamente, sentí que de inmediato mi verga se endurecía dentro de mi pantalón. Un silencio de segundos se cernió en ese momento, incómodo para mí, mas no para ella, que seguía adoptando la misma actitud desenvuelta y segura.
— ¿Y qué haces aquí? —Le dije.
— Vine a verte. —Me dijo inmediatamente.— He estado buscándote desde hace una semana.
— ¿A mí? —Le dije con incredulidad.
—Supongo que yo tengo la culpa, debí pedirte más señas sobre dónde buscarte.
—No entiendo. Me hiciste prometer que nunca te buscaría. ¿Lo olvidaste? Me dijiste que no volviera a esa biblioteca.
—Cierto, y cumpliste, por eso estoy aquí. —Me dijo con tranquilidad.
— ¿Qué? —Le dije sin entender qué mismo pasaba.
—Nunca dije que yo no podría buscarte.
—No, pero… —Le dije, mas no pude terminar la frase porque me interrumpió.
— ¿Te parece que soy una mujer común? —Me dijo.
—No —le dije—, eres muy diferente a las demás mujeres que conozco.
—Me gustan los hombres que tienen palabra de honor. —Dijo y se remojó los labios con su lengua, y enseguida me hizo una pregunta.— ¿Sabes cuántos hombres han estado conmigo en la biblioteca?
Entre excitado y asombrado, me limité a responderle encogiéndome de hombros, señalando mi desconocimiento.
— Muchos, pero solamente tú honraste la promesa que me hiciste. —Dijo acercándose aún más.— Unos, volvieron al día siguiente, otros, al siguiente. En menos de una semana todos habían vuelto rogándome por una gota de mi sexo, todos volvieron, menos tú. Tú cumpliste tu promesa.
Prácticamente sus labios tocaban los míos.
— ¿Has estado con otra mujer, desde que estuviste conmigo?
—No. —Le dije.
Inmediatamente sentí que su mano tocaba mi entrepierna y agarraba con fuerza mi verga a través del pantalón.
—Ese semen es mío —Me dijo, y añadió—. Y tú también.
Me tomó de la mano entrecruzando nuestros dedos, se encaminó hacia las escaleras y empezó a bajarlas seguida mansamente por mí. Nadie se dio cuenta de aquella escena, nadie excepto Juan, que desde un lugar escondido, miraba absorto como Gloria y yo, nos íbamos alejando hasta que finalmente nos perdíamos detrás de una tumultuosa marea de gente, en una acalorada tarde de verano.


FIN